Historia y paz

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“No ser capaz de pensar de forma histórica hace que seamos todos ciudadanos empobrecidos”, dijo la historiadora Mary Beard cuando recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales el pasado 21 de octubre.  Beard continuó diciendo que la historia es una conversación entre el presente y el pasado que nos permite conocernos a nosotros mismos, “desafiando nuestras certidumbres culturales y abriendo nuestros ojos a distintas perspectivas”. Creo que las palabras de Mary Beard son relevantes para pensar en lo que pasó el pasado 2 de octubre cuando por una estrecha diferencia, la mayoría de los colombianos que votaron, le dijeron No al acuerdo de paz con las Farc. Este hecho, creo yo, deja en evidencia la incapacidad que tenemos como sociedad para pensar y pensarnos históricamente; y deja en descubierto la gran falta que hizo (y hace) el tener espacios abiertos, fuera de la academia, para reflexionar sobre nuestra historia.

¿Qué explica esta incapacidad? No hay una respuesta sencilla a esta pregunta pero me voy a concentrar en dos aspectos relacionados con la actual coyuntura que creo que pueden dar algunas luces. La primera, el papel de Comisión del Conflicto Armado y sus Víctimas que en el marco de proceso de paz intentó presentar una lectura múltiple y pluralista de la historia del conflicto armado pero falló en el intento. La segunda, el éxito de la tesis uribista desde hace más de una década según la cual no ha existido guerra en Colombia y por ende no hay conflicto armado sino una amenaza terrorista.

El proceso de paz conformó una mesa de expertos para esclarecer las causas del conflicto. El resultado, un informe titulado “Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia de la Comisión Histórica del conflicto y sus víctimas”, que contiene 12 ensayos de académicos quienes por años han estudiado la compleja realidad de Colombia. Los ensayos, como el mismo informe dice, “deben servir para que la Mesa de Paz y los colombianos en general abran una amplia discusión sobre lo que nos pasó, por qué nos pasó y cómo superarlo.” Sin embargo, el informe pasó desapercibido para el público general y en nada contribuyó a la determinación de responsabilidades. Aparte del evento de lanzamiento y de algunos foros convocados por universidades y medios, ni el gobierno ni las Farc hicieron una evaluación de los resultados. Los historiadores tampoco reseñamos ni discutimos los resultados del mismo (no al menos de forma pública), los medios de comunicación hicieron poco eco y la gente del común difícilmente iba a leer las 800 páginas del informe.

La tarea de difundir los resultados de tan noble ejercicio debió (y debe) recurrir a estrategias pedagógicas creativas para hacer de este un ejercicio de historia pública. Era (y es) una oportunidad para reflexionar en conjunto sobre nuestra historia, acercando a todos los colombianos al ejercicio de pensarnos desde distintas perspectivas. En la coyuntura particular del proceso de paz y el plebiscito, había además una oportunidad para contrarrestar con fuerza y determinación la tesis uribista según la cual en Colombia no ha habido conflicto armado.

Mientras que los relatores del informe de la Comisión acordaron utilizar la noción de “conflicto armado interno” para caracterizar la confrontación armada que ha sufrido el país, el ex presidente y ahora senador Álvaro Uribe ha insistido en negar la existencia del mismo. En numerosas ocasiones ha respaldado la tesis de la amenaza terrorista impulsada con fuerza durante sus mandatos (2002-2010) alineándose además con la guerra contra el terrorismo del ex presidente de Estados Unidos George Bush (2001-2009). Desde esta postura Uribe y sus seguidores borran la historia del largo y complejo conflicto colombiano negando a la guerrilla la posibilidad de convertirse en un interlocutor político. Interpretar el pasado reciente de violencia armada en Colombia únicamente como una amenaza terrorista tiene además implicaciones negativas en términos políticos, legales y diplomáticos (e.g. la aplicación del Derecho Internacional Humanitario entre otras).

En términos históricos, esta estrecha interpretación del pasado de Colombia, limita la posibilidad de formar ciudadanos críticos capaces de evaluar interpretaciones conflictivas de nuestro pasado. La forma como interpretamos el pasado no es un asunto que deba tomarse ligeramente, pues esta interpretación es la base fundamental sobre la cual construimos el futuro. El acuerdo creo yo, partía de supuestos que reconocían las causas históricas (aunque no muy claras para la mayoría de la ciudadanía) que explican por qué llegamos a este punto hoy (tema agrario, participación política, narcotráfico).

Hoy tenemos el inmenso reto de contribuir, en un ejercicio de historia pública, a acercar a los ciudadanos para que discutan, analicen y generen pensamiento crítico sobre nuestra historia. La iniciativa “Historias para lo que vienen” por ejemplo, está convocando a profesores universitarios a sacar sus clases a la calle con el objetivo de invitar a la sociedad a reflexionar sobre la historia del país en este coyuntura. Siguiendo el espíritu de esta iniciativa, en este espacio quiero invitar a quienes quieran participar en un grupo de lectura sobre el informe de la Comisión Histórica para proponer pedagogías creativas para hacer sus contenidos públicos y contribuir al debate. Los interesados me pueden escribir. Empecemos un diálogo que nos permita contribuir a que los colombianos pensemos la paz desde la historia.

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