Colombia y naturaleza

La conmemoración del bicentenario es una oportunidad para volver a imaginar nuestra relación con las riquezas naturales y la geografía del país.

En 2016 comenzó la Expedición Bio, un proyecto liderado por el gobierno que articula a varias instituciones y universidades para la exploración de diversos ecosistemas en áreas no exploradas del país. Uno de sus objetivos es evaluar el potencial de aprovechamiento sostenible bioeconómico incluyendo territorios del posconflicto. A este respecto se refería el año pasado un artículo de la BBC cuando afirmaba que Colombia tiene la misión de dar sentido a su biodiversidad, aislada por años de guerra.

Hace 200 años, los líderes patriotas imaginaron que la interdependencia entre diferentes altitudes y geografías del norte de Suramérica garantizarían la prosperidad de la nueva república. Quienes abrazaron la causa de la independencia expresaron sus aspiraciones de autonomía de España acogiendo al paisaje y a la naturaleza como símbolos de potencial económico. Unos años antes de la creación de Colombia en el Congreso de Angostura de 1819, un experimento político buscó unificar al Nuevo Reino de Granada en un estado federal conocido como las Provincias Unidas. Los representantes del congreso de 1815 decidieron que el escudo de armas que reemplazaría las insignias del despotismo español serían maravillas de la naturaleza. Una granada en el centro, el Salto del Tequendama, el volcán Chimborazo y el Istmo de Panamá representarían a la confederación. Poetas, naturalistas y hombres de leyes que habían hecho parte de la Expedición Botánica, relacionaron estos lugares con el potencial de riquezas agrícolas diversas y la disposición natural de la futura Colombia para el comercio.

Escudo_provincias_unidas

Escudo de armas de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, 1815, AGI, Mapas y Planos, Panamá, Santa Fe y Quito, 233.

Pocos años antes, en el famoso Memorial de Agravios de 1809, Camilo Torres afirmaba que el suelo fértil, las inagotables riquezas naturales de América y su excepcional posición en el globo, justificaba el clamor por un gobierno basado en la justicia y la igualdad entre la colonia y España. Torres imaginaba una Nueva Granada agrícola y comercial, no dependiente en la economía extractiva colonial predominante basada en la minería. La de Torres fue una entre muchas voces de de naturalistas, intelectuales y burócratas criollos que criticaron el modelo minero e imaginaron a la naciente república como una economía agrícola, comercial y manufacturera.

Este interés por el desarrollo agrícola y comercial siguió permeando los debates y escritos de quienes contribuyeron a inventar la república de Colombia en 1819. En 1820 el vicepresidente Francisco Antonio Zea señalaba que un territorio extenso y con varias altitudes proveía diversidad de productos agrícolas. No en vano la ley del 6 de octubre de 1821 estableció que el símbolo de la nueva nación serían «dos cornucopias llenas de frutos y flores de los países fríos, templados y cálidos». Los líderes republicanos imaginaron un futuro en el cual el territorio de “la colosal” República de Colombia ofrecería todos los productos agrícolas del mundo. Resaltaron la posición geográfica estratégica del país para el comercio global, con un pie sobre el Atlántico y otro sobre el Pacífico.

Así como hace 200 años, hoy en nuestra imaginación colectiva, Colombia sobresale como un territorio privilegiado con maravillas naturales extraordinarias y riquezas aún por descubrir y aprovechar. Las sensibilidades hacia la naturaleza de los líderes de la independencia nos recuerdan que el bicentenario se trata de conmemorar no solamente un hecho militar que nos llevó a la independencia de España. La reconstrucción de un país después de años de guerra, como ocurrió hace 200 años, nos permite reimaginar posibilidades y planes económicos, políticos, sociales, geográficos y culturales vinculados a la sostenibilidad de nuestro entorno natural.

Contrario a las palabras de Torres, hoy somos conscientes de que la naturaleza no es una fuente inagotable de recursos. Por eso, de cara a los retos ambientales de nuestro tiempo como los efectos nocivos de la minería, la deforestación y los proyectos hidroeléctricos, entre otros, es importante preguntarnos qué modelo de desarrollo económico queremos promover para Colombia. De las sensibilidades que construyamos alrededor la naturaleza hoy y de cara a los próximos 200 años dependerá, en gran medida nuestra existencia como país.

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